El arte contemporáneo ha convertido el cuerpo humano en uno de los temas paradigmáticos de las últimas cinco décadas. Desde el nacimiento del arte en la Grecia clásica, su representación ha sido objeto de la mirada del hombre, dando cuenta no sólo de sus expresiones creativas, sino también de sus estrategias para situarse una y otra vez ante los innumerables cambios sociales y culturales que sacudieron la vida humana.
La experiencia del cuerpo constituye la raíz común de las imágenes a través de cuya apropiación simbólica, que comienza en el lenguaje y se prolonga en las formas visuales y los sonidos, los seres humanos alcanzamos una matriz unitaria que permite establecer un juego de correspondencias entre el yo, la comunidad, el universo cultural y el cosmos.
Y esta es la dinámica que une en su despliegue a las distintas artes. Tomando como punto de referencia el depósito de significaciones que constituye nuestro cuerpo, las artes realizan un proceso continuo de elaboración y transmisión de imágenes humanas posibles o ficticias (Jiménez 2006: 246).
Todo en las artes habla del ser humano, porque el registro artístico promueve siempre un movimiento de inserción del individuo en un universo de sentidos, una transición al mundo artificial creado por el hombre, y al mundo natural, vivida como significación. Pero el arte contemporáneo ha colocado al cuerpo en nuevos posicionamientos y acciones, generando nuevos discursos artísticos.