Definir como “sociedad moderna” a toda estructura que se oponga a la “sociedad tradicional” implica una grave transgresión al método científico, en el que hemos incurrido frecuentemente en la Argentina. No vamos a plantear, por razones de espacio, el arduo problema que envuelve la definición de lo moderno. Pero debemos resaltar, a modo de conclusión, que la toma de conciencia del destino nacional y la voluntad de innovar que caracterizan a la generación del 70, se proyecta en un programa de auténtica modernización. Ese programa abarca desde el plan de desarrollo industrial y agrario hasta la erección de un Estado nacional modelado por las instituciones de la democracia representativa, vale decir de un Estado democrático moderno. Además debe recordarse que se elaboró esa generación después de 1890, y que se manifiesta por primera vez en toda su trascendencia nacional, en el estallido revolucionario de 1893. Los hombres del “régimen”, en cambio, pese a sus leyes liberales, a la imaginación masiva y a la política de concesiones al capital extranjero, continuaron la tradición del sindicato de prestanombres español y de la oligarquía de factores. Colocaron la iniciativa de toda innovación en un centro extraño de poder e imposibilitaron la erección del Estado democrático moderno en la Argentina.