En el análisis de la concepción de salud aplicada a personas con discapacidad nos encontramos con la coexistencia paradójica del "modelo médico-rehabilitador"; el “modelo social” o el “modelo de la diversidad funcional”. Palacios (2008) señala que el Modelo Rehabilitador considera que la discapacidad se clasifica en términos de enfermedad y para que dichas personas puedan tener algo que aportar a la sociedad es necesario que sean rehabilitadas o normalizadas. Se espera, entonces, que dichas personas logren asimilarse a los demás “válidos y capaces” en la mayor medida de lo posible. De esta forma, la Medicina se erige entonces como el saber máximo y absoluto que evalúa los patrones de normalidad reservando para esta última el concepto de salud. El discurso médico se extiende hacia la discapacidad ubicándola del lado de la enfermedad, la desviación y la anormalidad. Se busca la adaptación del individuo con discapacidad a las demandas y exigencias de la Sociedad. Ahora bien si tomamos los datos referenciados del Anuario Estadístico Nacional sobre Discapacidad correspondiente al año 2016, elaborado por el Servicio Nacional de Rehabilitación, observamos que de las personas que fueron a tramitar el Certificado Único de Discapacidad (CUD), se registró que la juntas interdisciplinarias recomendaron prestaciones de rehabilitación en un 49,67% de los casos. Observándose de esta forma, que aún tiene fuerte predominancia el modelo médico. Ante este panorama, nos parece pertinente destacar que Tilly (2000) sostiene que las grandes y significativas desigualdades en las ventajas que gozan los seres humanos corresponde principalmente a diferencias categoriales como negro/blanco, varón/ mujer, más que a diferencias individuales en sus atributos, inclinaciones o desempeños. Dicho concepto - diferencia categorial persona con discapacidad/ persona sin discapacidad; “anormal/normal” - nos sirve para analizar y entender la falta de inclusión plena de las personas con discapacidad en la sociedad. Y como señala Todorov (2000), se encuentran expresamente presentes los tres ejes que utiliza para analizar la problemática de la alteridad.
Primero se puede observar desde el plano axiológico que existe un juicio de valor respecto a ese “otro”: se suele considerar a la persona con discapacidad como inferior e improductiva. Por otro lado, desde plano praxeológico: sobre todo con la preponderancia del concepto médico de discapacidad se busca asimilar a la persona con discapacidad a mí, ya que es un eje fundamental de este paradigma rehabilitar a la persona para asemejarla a las “personas normales”. Finalmente, el tercer eje (plano epistémico) es conocer o ignorar la identidad del otro, donde se da una gradación infinita entre los estados de conocimiento menos o más elevado. Si logramos desterrar los estereotipos que recaen sobre las personas con discapacidad y nos permitimos conocerlas se podrá garantizar su plena inclusión.