La Familia como institución del Estado moderno, ha ejercido y reproducido –desde el nacimiento de los Estados-Nación– directrices estatales cuyo objeto se centra en la conducción y disciplinamiento poblacional. A través de la generación de discursos hegemónicos y comportamientos socialmente instaurados y valorados como buenos o malos, se ha logrado incidir en las esferas más íntimas de la población para direccionar su comportamiento hacia la utilidad estatal. Pese a los cambios en los procesos culturales, a la adaptación de la institución de la familia a las dinámicas sociales, a la modificación de la integración clásica de la misma y a la incorporación de discursos contra hegemónicos sobre la familia, su sentido institucional de control social sigue siendo el mismo.