En un reportaje de 1975, aparecido en El grano de la voz, Roland Barthes contestó una pregunta que es el fundamento del presente trabajo: "¿Se puede enseñar la literatura?". Su respuesta es casi una boutade: "Sólo hay que enseñar eso". Más allá de las razones que motivan su respuesta, que aquí se cita, ciertamente, descontextualizada, resulta impostergable reflexionar sobre los móviles de nuestra práctica profesional. En efecto, la respuesta citada mueve a una serie de cuestionamientos que es necesario actualizar, toda vez que nuestro objeto de estudio se ha ido ampliando hasta mostrar límites difícilmente precisables: ¿se puede enseñar literatura?; si esto es así, ¿cómo lo hacemos?; ¿tienen alguna relación las prácticas más difundidas de la enseñanza de la literatura con las teorías que intentan delimitar y caracterizar nuestro objeto de estudio?; finalmente, la pregunta tan temida: ¿sirve para algo lo que hacemos, si es que lo que hacemos es enseñar literatura?