Estamos nuevamente en Madrid, después de haber asistido a los Cursos de Verano que nos dispersaron a los cuatro puntos cardinales de este clavel de los vientos que es España. Los que regresan de Málaga o Mallorca traen el azul del Mediterráneo en los cabellos y aparecen desconocidos, transparentes, como si el oro de sus costas los hubiera iluminado irremediablemente. Vienen otros de Salamanca, donde cursaron “Historia del arte y del pensamiento español contemporáneo”, “La formación del pueblo español” y “Cultura popular”, en aulas cuyos bancos aparecen tallados con nombres gloriosos como los de Lope de Vega y donde ascendieron, en muda reverencia, hasta la cátedra desde la cual Fray Luis deleitaba a los estudiantes. Algunos gozaron en Valencia o Sevilla del encanto de un Curso de Verano y alternaron las clases de historia, geografía o literatura, con la asistencia a conciertos de música española o recitales de poesía especialmente preparados para los alumnos extranjeros. La mayor parte de ellos ha cedido al prestigio que ostenta mundialmente la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander y nos conmueven, ya de regreso, con sus crónicas sobre el Festival que allí se celebra anualmente con asistencia de los más célebres conjuntos de ballet, música y teatro.