Desde el Tibidabo, magnífico mirador de Barcelona, desde donde se abarca toda la ciudad entre la costa y la montaña, el observador después de acariciar con la mirada las formas indiscriminadamente encantadoras, comienza a destacar las siluetas más imponentes por su tamaño o su emplazamiento e inmediatamente surgen elevándose, creciendo, empinándose hacia el cielo las cuatro torres del templo de la “Sagrada Familia”. Tal la intención cumplida de Gaudi: todo el edificio concebido a base de verticalidad, para conseguir que su estructura emergente y luminosa sobresalga por encima de la ciudad, como una plegaria permanente, como un testimonio de fe y de arrepentimiento, “templo expiatorio”.