Por sus producciones y sus relaciones económicas intra y extra regionales, Santiago entra dentro de lo que Halperín Donghi (1998) señala como “segunda zona” en el marco de la economía colonial americana. Esto es, un espacio económico que dependía de una zona principal “mercantil y minera”. Su falta de principalidad no impedía organizar su propio desarrollo bajo los parámetros del autoabastecimiento mientras proveía de mano de obra, alimentos, tejidos y animales de carga direccionado hacia Potosí. Tales circuitos económicos pervivirán, apoyados en un fuerte localismo, hasta la mitad del siglo XIX. Interrumpidos durante las guerras de la independencia, siguieron una lógica inestable hasta los años ’50 sobre todo por la profundización de la reorientación atlántica de la economía regional y la preferencia por el comercio a costa de las producciones agrarias.