La poética de Marcelo Cohen constituye una respuesta compleja –compleja en tanto es variada y construida a veces con destiempos entre lo que se dice en los ensayos y se anuncia ficcionalmente; en tanto descompone y amalgama estratos culturales diferentes (ciencia, filosofía, música, budismo, psicoanálisis) e integra elementos disímiles de la historia de las formas (modernismo, vanguardia, diálogos interartísticos contemporáneos)– a algunos de los problemas característicos de la narrativa argentina de la segunda mitad del siglo XX: narrar ante la crisis del realismo y la demanda de memoria para la literatura después de la dictadura; sobrevivir a la presión de la homogeneización de los discursos, la operacionalización del lenguaje (efecto del imperativo de comunicabilidad en la sociedad de masas) y a las exigencias formales y estéticas de la industria cultural; enfrentar la progresiva invisibilidad y la devaluación de la literatura provocadas por la consolidación de una cultura audiovisual y de la información digitalizada; posicionarse ante la hipertrofia de la figura del escritor en tanto fuente del sentido, autoridad o “personalidad” y a la creciente desestabilización de la separación y autonomía de los campos artísticos.