No es desacertado afirmar que, cuando se habla de cualquier aspecto relacionado con el espacio exterior, se tiende a pensar en términos de ciencia ficción. Sin embargo, existen fenómenos naturales propios del universo donde nos encontramos que pueden afectar en forma irreversible nuestra existencia como civilización. Hacemos referencia a esos cuerpos celestes que se desplazan sin un rumbo determinado, los asteroides, los meteoritos y los cometas.
Al respecto, nuestro planeta no es ajeno a los impactos. Es de público conocimiento que al menos una de las grandes extinciones que se produjo en el pasado encuentra su causa fuente en el impacto de un asteroide. Nos referimos, por supuesto, al evento que trajo como consecuencia la desaparición de los dinosaurios.
Asimismo, podemos enumerar ejemplos mucho más actuales, en momentos donde la civilización humana ya se encontraba en un estadio de pleno desarrollo. Hacemos alusión al incidente de Tunguska de 1908 y al impacto, más reciente, de un meteorito en Chelyabinsk en 2013, los dos producidos en territorio ruso (Howell, 2019). Los que si bien no encuentran punto de comparación en magnitud con el acontecimiento al que se hace referencia en el párrafo anterior, son ejemplos de la vulnerabilidad latente a la que estamos sujetos como especie humana dentro de un ambiente hostil.
Es por esto que corresponde examinar que medidas, planificadas o concretas, están llevando a cabo los estados para enfrentar (en un futuro cada vez más cercano) las posibles amenazas de este estilo y cómo estas pueden entrar en conflicto con las disposiciones normativas existentes. Intentando no dejar de lado, en este somero análisis, consideraciones de política internacional relacionadas con estos fenómenos naturales.