“Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”, reza un pasaje de la célebre obra satírica de George Orwell sobre los regímenes totalitarios. “Rebelión en la granja”, escrita en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, contextualiza el abuso de poder, la tiranía, el oprobio y la traición en una fábula que tiene como protagonistas a los cerdos, quienes, al formar un gobierno propio, utilizan el poder para manipular y coaccionar a otros animales, consolidando así una tiranía despiadada.
En la granja orwelliana, la construcción de la verdad es un tesoro preciado que debe ser transfigurado y solapado en pos de una transformación política que asegure los cimientos de un nuevo orden. El uso de la fuerza, la persecución y la violencia como medio de control social para lograr sumisión y obediencia, resulta ser la crítica más efectiva al abordar la corrupción y las fallas de los regímenes más brutales que asolaron a la humanidad a mediados del siglo XX.
Hoy en día, las “granjas” de la aldea global tienen otros matices. Lejos de la brutalidad perenne y sis-temática del siglo pasado, ciertas regiones del escenario internacional ostentan regímenes que pendulan entre la autocracia, la plutocracia o la teocracia, en donde la alternancia política no es el rasgo más destacable del sistema. En este sentido, Kazajistán adquiere ciertas características que configuran o darían marco a una interpretación del estallido social que a principios de enero hizo temblar tanto la seguridad nacional como el legado político.