El 9 de marzo de 1962, cuando comenzaba a azularse la mañana, falleció en La Plata el Dr. Alfredo D. Calcagno, uno de los más eminentes pedagogos argentinos. Sus restos fueron velados en la Universidad —su otro hogar—, a la que había llegado, apenas adolescente, desde la vieja ciudad bonaerense de Mercedes —donde viera la luz el 26 de octubre de 1891—, de la mano del profesor Rodolfo Senet. Y en ella se quedó, desde aquel día de 1908, por más de cincuenta años, desempeñando “desde los cargos más modestos hasta los más encumbrados de la jerarquía universitaria —como dice la resolución dictada por el presidente de la Universidad al adherirse al duelo—, con excepcional dedicación y entrañable cariño y que por la variedad de su talento, la claridad de su inteligencia, sus acendradas virtudes morales, su contracción inquebrantable al estudio, componía una personalidad ejemplar y un maestro auténtico de la juventud”.