Frente al derrumbe de la bolsa de Wall Street en octubre de 1929 y la consiguiente gran y larga depresión que sobrevino, el comportamiento de los economistas clásicos, o sea casi todos, fue hacerse a un lado. Para ellos, la depresión debía seguir libremente su curso, única forma en que llegaría a curarse de modo espontáneo. La causa de la crisis era "la acumulación de venenos en el sistema. A su vez, las penalidades resultantes eliminarían la ponzoña y devolverían la salud a la economía". Joseph Schumpeter decía explícitamente que el restablecimiento del sistema siempre tenía lugar espontáneamente y añadía que eso no era todo: "Nuestro análisis nos conduce a creer que la recuperación sólo puede ser efectiva si se produce por sí misma"