Los años veinte son los del surgimiento de la cultura de masas, que proyectan a éstas -sin mengua de las persistencias de las fronteras materiales entre las clases- a niveles de disfrute de bienes culturales como nunca antes, aunque, coherente con la matriz capitalista, se trata de un acceso desigualmente distribuido, tanto en el interior de cada una de las sociedades como entre éstas en la escala planetaria. La producción en serie, el incremento del consumo y las innovaciones tecnológicas en materia de medios de comunicación -en particular, la radiofonía, la fotografía en diarios y periódicos y, sobre todo, el cinematógrafo, "casi desde el principio, un medio internacional de masas", dice Hobsbawm- contribuyen decisivamente a los cambios culturales, su difusión e inclusividad, aun teniendo en cuenta el recorte producido (en razón de su costo) por la menor difusión del gramófono, preparando las bases de una tendencia globalizadora que se apreciará con más nitidez y fuerza en los noventa.