Quienquiera qne haya leído la descripción geográfica y las estadísticas comerciales de los Estados Unidos de Norte América, sorprendido de la cantidad de riquezas naturales acumuladas allí en el seno de un territorio selvático, casi tan extenso como tres veces la superficie de nuestro país y de la prosperidad que ha logrado alcanzar en un periodo de vida relativamente corto en parangón con los progresos del viejo mundo, habrále atribuido sin duda á los dones de la naturaleza la mayor parte de la vitalidad económica que disfruta esa nación. Sin embargo, he podido apreciar de cerca, como tantos otros, el esfuerzo y la labor del pueblo americano, y he observado después de recorrer algunos millares de kilómetros á través de praderas de tierras pobres, pero cuidadosamente cultivadas, de desiertos áridos y que paulatinamente se hacen habitables, de lagos inmensos como mares surcados por barquichuelos y trasatlánticos, de montañas que ya no encierran secretos y de innumerables ríos cruzados por atrevidos puentes, que la potencialidad económica de los Estados Unidos es el fruto del mejor provecho que el hombre ha sabido sacar de los recursos naturales.