Los descubrimientos de Pasteur, de Koch y de sus discípulos, parecían, hace algunos años no haber arrancado más que en parte, el secreto de la «virulencia». Después de haber conseguido evidenciar los parásitos del carbunclo, del muermo, de la tuberculosis, se buscaban en vano los misteriosos agentes de la fiebre aftosa, de la clavelèe, de la rabia... pero aún sin conocerlos, no se dudaba de su naturaleza viviente y figurada.