La filosofía contemporánea en la Argentina coincide con el despertar de ciertas inquietudes, cuyos frutos —presentimos— han de ser simiente de la expresión filosófica de nuestro pueblo, todavía anhelada, es cierto; pero cada vez más perceptible. Conste que con esta afirmación no estoy futurizando, calamidad del modo americano. Con sinceridad, debemos confesar que estamos demasiado habituados y demasiado halagados por el prejuicio de creer que nuestros países constituyen el futuro del hombre y, de ese modo, cada uno abandona la responsabilidad, que el ahora impone, a posibilidades que, no por declamadas, dejan de ser quiméricas. Pero toda decisión depende de un presente, y cuando al ideal se lo despoja del contenido que lo nutre, se lo convierte, automáticamente, en utopía irrealizable.