El 29 de marzo de 1894 apareció en Tribuna, el diario de Ios de Vedia una curiosa Advertencia que comenzaba así: “Empezamos a publicar en folletín un estudio político social de actualidad en que se encontrarán desmenuzadas y desentrañadas muchas de Ias cuestiones que agitan Ios espíritus entre nosotros y aun de paso algunas de Ias que empiezan a conmover con dinamita a Ia madre Europa. El autor es un periodista que ise ha salido de Ia procesión para verla pasar,; legislador de ocasión, que tomando en serio su oficio de circunstancias, se ha creído en el deber de estudiar Ios males del país y Ios específicos en boga, con más prolijidad que sus mandantes, y a ese fin, con el auxilio de Ios grandes maestros y de Ia historia argentina del doctor López, ha hecho Ia autopsia a Ios más importantes desatinos que andan en circulación en el comercio intelectual”.
Y terminaba, después de otras consideraciones en el mismo tajante estilo, con estas palabras de contrapelo: “Los primeros párrafos serán naturalmente pesados, pues para metodizar el asunto y hacerlo práctico, en vez de estudiar Ios macanazos por Ias hojas y Ias flores, como Ios botánicos, ha preferido hacerlo como Ios agrónomos: por Ia tierra que Ios produce y por el fruto que sueltan, con Io que ya se deja ver que el título será: El arte de hacer barbaridades. Historia natural de Ia razón”. El autor era Agustín Alvarez —ex-militar con actuación en Ia conquista del Desierto, abogado, profesor, ex-juez, diputado nacional por Mendoza, su provincia natal—, que a Ia sazón contaba 37 años. Los sucesivos artículos —jugosísimos y al par desaliñados— conformarían finalmente su primer libro, South Amenca, que vio Ia Iuz ese mismo año con aquellos subtítulos, sustituidos más tarde por el de Ensayo de psicología política cuando Ingenieros hizo reeditar Ia obra por “La Cultura Argentina”, esa bella empresa cultural que él fundara con Ia colaboración inestimable de Severo Vaccaro, publicista y hombre de negocios.