El mundo se está transformando rápidamente y, con él, todas las actividades humanas. La velocidad con que se producen algunos de estos cambios, los cuales se dan a todo nivel, impactan a la sociedad toda y obligan a generar importantes y permanentes esfuerzos de adaptación. Es así que las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) han atravesado todos los aspectos de la vida contemporánea, promoviendo un cambio contundente en la forma de ver el mundo (Blázquez Sevilla, 2017). Consecuentemente, se han modificado y complejizado los patrones de acceso al conocimiento y de relación en lo personal, profesional y, por supuesto, en el entorno educativo (Gértrudix Barrio, 2006).
Según la UNESCO (2013) la realidad global actual plantea “la necesidad de dar mayor prioridad a la calidad de la educación, al aprendizaje a lo largo de la vida y a la igualdad de oportunidades para todos” (p.5), considerando que la incorporación de las TICs en la educación promueve la igualdad de oportunidades dentro de la economía global, el desarrollo de una fuerza de trabajo calificada y facilita la movilidad social.
Para que las TICs representen un auténtico potencial dentro del aula es necesario darles un sentido pedagógico, reflexionando constantemente sobre las estrategias didácticas, las competencias que se espera desarrollar, la temática o la problemática que se debe solucionar, etc. (Cruz-Barragán, 2014).
Por todo lo anterior se entiende que las TICs en el aula proporcionan herramientas útiles, favorecen la interacción en el trabajo colaborativo y también modifican las relaciones dentro del espacio de aprendizaje. Todos los agentes involucrados enfrentan un cambio de paradigma a través del cual asumen nuevos roles.