En el transcurso de estos últimos años, han venido a ser de uso corriente expresiones como “la rebelión de la juventud”, “el poder estudiantil” y “el abismo entre las generaciones”. Ya no es posible desechar como simples aberraciones de una minoría excéntrica, fenómenos como el culto hippie y la protesta estudiantil. Sin duda alguna, son estos síntomas de un profundo y general malestar. Los mismos jóvenes tienden a culpar de ello a una sociedad que es hostil a los ideales y aspiraciones de la juventud. Pretenden no ser ellos los inadaptados, sino el mundo en que viven. Si bien pudiera ser ésta una explicación en exceso simplista, lo que sin duda es cierto es que sus problemas surgen ante la dificultad de satisfacer las exigencias de una sociedad organizada tecnológicamente. Para llegar a adquirir el sentido de la personalidad, el adolescente ha de aprender a establecer relaciones dentro de la familia, de los grupos culturales, profesionales y sociales, y el no hacerlo así puede desembocar en dificultades del comportamiento e incluso en la franca enfermedad mental.