La institución escolar ha estado signada por un supuesto que la reconoce como la garante de toda certeza. No solo se le asigna la responsabilidad de garantizar la integración e igualdad social, sino que además se la carga de cierta institucionalidad que parecería tener una respuesta a todo. Una institucionalidad que regula prácticas y discursos desde sus propios dispositivos, impactando de lleno en las propias subjetividades de niñas, niños y jóvenes que la habitan a diario.
Además de considerarse a la escuela como institución responsable de educar, contener y alojar, prevalece un enfoque inclusivo sobre la educación. Hablar de educación inclusiva implica referirnos a una perspectiva ético-política que no se restringe a una matriz burocrática administrativa, sino que, por el contrario, carga con una matriz política, es decir, tensiones, intereses, acuerdos y disputas que hacen que esa inclusión educativa sea difícil de habitar diariamente. Decimos esto, porque prevalece una tensión entre los objetivos de inclusión y las intervenciones y trayectorias reales de los sujetos que conforman al campo educativo.
Por lo tanto, el objetivo de este capítulo es más que compartir análisis teóricos-metodológicos y ético políticos sobre lo que ha significado el trabajo empírico desarrollado en el marco del proyecto de tesis doctoral. Nos proponemos además una revisión desde nuestras propias trayectorias y autobiografías escolares. Buscamos reflexionar sobre el carácter productor y reproductor de la escuela más allá de supuestos teóricos, incitando a incluir al lector/a en una autorreflexión sobre las múltiples formas a partir de las cuales todos contribuimos y participamos en la configuración de desigualdades persistentes (Tilly, 2000).