Entre diversas funciones que podemos atribuir a la literatura y a la historia, considero en este estudio la posibilidad de entenderlas como discursos de control que a partir de determinados procedimientos formales convierten al otro en objeto, ya sea de conocimiento, ya sea de representación. Desde esta perspectiva el sujeto de la enunciación se presenta a sí mismo como poseedor pleno de las facultades que le permiten entender los órdenes político y social, mientras que a su vez está autorizado a aprehender racionalmente al otro, que por otra parte es considerado incapaz de autoconocerse, hasta el punto de negársele, en el caso de los portadores de culturas tradicionales, la posibilidad de autorrepresentación.