En la década del treinta se abre un nuevo período para la literatura de Roberto Arlt. Así, puede considerarse el año 1932 como el punto clave del cambio pues no sólo constituye el momento en el que Arlt cierra el ciclo novelístico -El amor brujo (1932) es su última novela publicada- sino que ese mismo año es también el de su ingreso a la producción dramática por impulso de Leónidas Barletta. A partir de allí y hasta 1942 el escritor se orienta de lleno al teatro, a la cuentística y sigue colaborando en el diario El Mundo con las aguafuertes que desde 1928 se publican diariamente. Por otra parte, y si bien se mantienen algunas constantes, en esta etapa sus obras se modifican y aparecen nuevos modos de representación que se distancian de los que, desde los años veinte y con «Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires» (1920), El juguete rabioso (1926) y Los siete locos-Los Lanzallamas (1929-1931) se venían ensayando; lo fantástico, el relato de viajes y aventuras, son algunos de esos modos. Si avanzamos en este sentido, puede pensarse, además, que en esta segunda etapa extendida entre 1932 y 1942, los textos arltianos redefinen, se proponen jerarquizar su proyecto creador, y ponen en juego dispositivos destinados a acercarlos a posiciones prestigiosas y mecanismos tendientes a lograr un lugar más prestigioso en el campo literario de los años treinta. En este marco, el presente trabajo se centra fundamentalmente en las aguafuertes sobre Marruecos. En 1935, Arlt es enviado como cronista por el diario El Mundo a España y África. Desde ese momento y hasta la publicación de El criador de gorilas en 1941, escribe más o menos en forma simultánea narraciones ficcionales, crónicas y una obra de teatro (África, 1938) inspirados en el ámbito africano. En algunos casos sucede además que las diferentes obras se imbrican y relacionan entre sí, pues el escritor efectúa con un mismo material el pasaje de un género a otro.