No es verosímil afirmar (al menos, sin acompañar la afirmación con demasiadas aclaraciones) que Cané fue un escritor fracasado. Fue, más bien, todo lo contrario: un escritor prestigioso en su época al que la historia literaria le reservaría el lugar seguro de un clásico menor. Aun menos verosímil es afirmar que Juvenilia fue un libro fracasado. Es bien sabido que tuvo su éxito de estima y que se vendió, por lo demás, bastante bien, que fue imitado y que ingresó tempranamente en el catálogo persistente de las lecturas del colegio secundario. Pero en Juvenilia (y a partir de Juvenilia) puede leerse, sin embargo, la historia de un fracaso literario, y esta historia no es menos evidente que aquellos éxitos de Cané y su libro. El fracaso habla aquí sobre el comienzo de una transformación en las relaciones entre literatura y clase dominante. Más específicamente, este fracaso habla de las nuevas tensiones y discordancias que aparecen alrededor de 1880 entre las condiciones del escritor y las condiciones del patricio y del alto funcionario estatal.