Durante las primeras lecturas de las "Meditaciones metafísicas" (1642) de René Descartes, un argumento en particular suele llamar poderosamente nuestra atención. Sobre el final de la primera meditación, el autor francés sugiere una posibilidad alarmante: ¿cómo sabemos que un ser todopoderoso, tan ingenioso como malvado, no está engañando nuestros sentidos? El mundo que percibimos y experimentamos como real, ¿no podría ser una mera ilusión producida por él? Este ser al que Descartes se refiere como genio maligno es una de las criaturas más famosas de la historia de la filosofía y cumple una función clave en la argumentación cartesiana: propiciar la duda hiperbólica, llevando el método de la duda hasta sus últimas consecuencias. Gracias a él, Descartes cumple el primer objetivo propuesto en la primera meditación: la destrucción sistemática de todas sus opiniones anteriores. Si estas estaban basadas en lo percibido mediante los sentidos y la razón, la existencia del genio maligno destruye tal fundamento, pues todo aquello puede haber sido el efecto de su engaño.
Al guiar su reflexión por ese camino, Descartes no hace más que enfrentarse a una preocupación característica de su época: la imposibilidad de distinguir lo real de lo ilusorio, tema típico de los albores de la modernidad europea, motivo recurrente en las artes, la teología y la filosofía.
Hay una disciplina en particular que llevó la reflexión sobre lo real y lo ilusorio a límites impensados: la demonología. Esta disciplina, que gozaba de plena vigencia cuando Descartes escribió las Meditaciones, reunía el conocimiento sobre el Demonio, los demonios menores y sus secuaces, las brujas y los brujos, brindando a las cacerías de brujas su verdadero sustento filosófico y teológico. El Demonio de los demonólogos, al igual que el genio maligno de Descartes, era un ser sumamente poderoso e inteligente que ponía todo su empeño en engañar a las personas, confundiendo sus sentidos, logrando que percibieran vivaces ilusiones prácticamente indiscernibles de lo real. No es descabellado pensar que el filósofo francés haya encontrado inspiración en esta criatura para idear a su propio engañador. Aquí analizaremos ambos personajes, el genio maligno cartesiano y el Demonio de la demonología, explorando sus similitudes y diferencias.