Durante el siglo XVII España ya se había establecido sólida y perdurablemente en el Continente americano, organizando un vasto Imperio que se extendía desde México a Chile, y desde el Mar de las Antillas y Océano Atlántico hasta el Océano Pacífico. En el extremo sudoccidental de este Imperio colonial se situaba el llamado Reino de Chile. Chile tenía una particularidad que lo distinguía de las otras provincias del Imperio: la existencia de una larga guerra fronteriza que los españoles y sus descendientes, los criollos, libraban contra las sociedades indígenas meridionales, especialmente contra los mapuches, llamados araucanos por los europeos.