La juventud y complejidad de la comunicación como espacio académico parecen otorgarle una característica constitutiva al campo comunicacional: la transversalidad. En efecto, la comunicación comparte una problemática que se hace extensiva a todas las ciencias sociales: sus objetos no son fenómenos pausibles de ser estudiados a priori como tales sino que se constituyen a partir de la perspectiva de abordaje y, al mismo tiempo, la mirada del investigador.
En este sentido, cabe recordar, una vez más, la ya citada frase de Ferdinand de Saussure en el marco de los esfuerzos iniciales por construir la ciencia lingüística: “Lejos de preceder el objeto al punto de vista, se diría que es el punto de vista el que crea el objeto (...)”.
La construcción del objeto de estudio implica la transformación de un problema real –empírico- en un problema de conocimiento –científico-, y es aquí donde opera la teoría en su más amplia dimensión.
Es necesario, entonces, recuperar la teoría como la instancia activa de producción de conocimiento que se constituye, a la vez, en el punto de partida y objetivo final de todo proceso de investigación; un proceso dialéctico en el que el eje teórico se constituye como parte de un sistema de conceptos y proposiciones cuyo requisito es la coherencia y cuyo producto concreto es el nuevo conocimiento.