El genio de Cervantes se perfeccionó en una época umversalmente virgiliana. ¿En qué poeta, de Garcilaso a Balbuena, no se descubrirá al artífice latino, modelo y maestro? Virgilio es atmósfera poética, enseñanza y perpetua visión moral y estética. Basta aludir a un verso, a una circunstancia, a una imagen, para que el lector atento goce con la alusión o la referencia. Estas luminosas obras: las Bucólicas, la Eneida, encierran tesoros de una tradición familiar y propia, crean un arte inextinguible que tiende a la perennidad y huye de lo puramente temporal y circunscripto, despiertan una simpatía en el universo animado que aparece a nuestros ojos con la clara y misteriosa belleza visible. Virgilio —guía de Dante— fué, con los otros maestros griegos y latinos, vértice poético e intelectual de la irradiante cultura del Renacimiento. Cervantes ama a Virgilio, a su «divino Mantuano», lo descubre reflejado en los poetas preferidos, de Italia y de España. Lo estudia y admira en la mágica música del texto.