Hong Kong es un enclave. Sobre su territorio subyace una relación pendular que oscila entre una autonomía garantizada y un sistema de rasgos autoritarios. Esta ex colonia británica que fue devuelta a la China Continental el 1° de julio de 1997, ostenta un sistema legal con una multiplicidad de partidos políticos y una amplia carta de derechos que incluyen la libertad de expresión y reunión en un formato considerado como “Región Administrativa Especial”. Este estatus autónomo que rige en el pequeño territorio fue una condición del Reino Unido para garantizar el capitalismo y el flujo financiero. De esta manera, China se comprometió a respetar un alto grado de autonomía en los asuntos legales, económicos y comerciales durante 50 años bajo un acuerdo que se conoció como “un país, dos sistemas”, sustentado en una Ley Básica. La única excepción para mantener el carácter de “región especial” fue el manejo de las Relaciones Exteriores y de Defensa bajo la órbita del gigante asiático. Sin embargo, tras 22 años de convivencia sin mayores alteraciones, a excepción de la marcha conocida como la Revolución de los Paraguas en 20143, esta suerte de “luna de miel” sistémica comenzó a erosionarse progresivamente por la incidencia permanente de Pekín sobre las libertades políticas y sociales de la isla. La aparición de un proyecto de ley que permitiría extraditar a la China Continental presuntos delincuentes o prófugos de la justicia que se oculten en Hong Kong para que sean juzgados sin garantías fue el detonante para las movilizaciones masivas pro democráticas en defensa de la autonomía.