Pareciera instituirse como regla general que cuando una persona es informada sobre el fin inminente de su propia vida, intenta generar algún cambio que deje una huella de sí en el mundo como gesto ante su ausencia. ¿Acaso no es ése es el propósito de un náufrago que lanza un mensaje escrito en una botella al mismo mar que lo ha condenado? La inquietud que me acompaña desde hace unos años se sustenta en una sensación muy similar de vulnerabilidad, relativa no sólo a mi propia existencia, sino a la de quienes me rodean: ¿qué es lo que sucede cuando una ciudad no se deja interpelar ante la posibilidad tan próxima de su desaparición violenta? En el año 2006, el artista Francisco Felkar presentó una serie de pinturas titulada “Sagradas” para la primera Bienal de Arte Multidisciplinario a desarrollarse en el teatro del pueblo Ingeniero White, localizado a unos 8 kilómetros de la ciudad de Bahía Blanca, Iugar donde habito. Estas obras presentan siluetas semejantes a vírgenes representativas de las religiones católica y mapuche con sus rostros cubiertos por máscaras antigas. Previo a observar estas pinturas como un hecho artístico sin igual en la región, es necesario entender su contexto de producción: seis años antes de la Bienal, se produjeron dos escapes de sustancias tóxicas altamente peligrosas por fallas en el protocolo de seguridad de empresas que integran el polo petroquímico construido en las costas del pueblo. Lo único que impidió un desastre sin precedentes fue el viento tan típico de la zona, que sopló hacia el mar llevando consigo aquellas nubes amarillas y venenosas. Ambos episodios provocaron un sismo de indignación entre los ciudadanos por habernos encontrado tan cerca de nuestro fin sin ninguna protección o posibilidad de supervivencia. Dadas estas circunstancias, ¿dónde radicaría la potencia poética de las obras de Felkar? Entre mis primeras impresiones al contemplar las pinturas, detecté una habilidad de provocar ese mismo temor, ese sentimiento de fragilidad e incertidumbre frente a un agente mortal que no sabemos si podremos ver, oler o escuchar. Este espíritu de lo incierto nos hace vibrar las entrañas, contraer los músculos y percibir un frío en la espalda.
La muerte de la que se habla no es la de un pez, una gaviota o un arbusto, es la nuestra. Es la muerte humana.