El mundo postsoviético engloba conflictos periféricos de difícil resolución desde el orden internacional. La política pragmática de corte realista puesta en funcionamiento por Vladimir Putin desde el año 2000, presupone un equilibro de poder en la proyección de dominios de su entorno cercano. La esfera de influencia de la Federación Rusa funciona como muro de contención ante el expansionismo de organizaciones militares defensivas occidentales como la OTAN, que busca minar y desestabilizar zonas de importancia geoestratégica, elevando la confrontación regional a niveles tan disruptivos como críticos.
En este aspecto coyuntural, el conflicto armado entre la Federación Rusa y Georgia en 2008, por el enclave osetio en el sur, que también alcanzó a la región de Abjasia, configura un propósito para las acciones bélicas en rededor de espacios geopolíticos de suma relevancia para el tablero internacional, en donde la implicancia de actores regionales y extrarregionales augura enfrentamientos continuos por el dominio y control de espacios geográficos que representan no solo problemáticas identitarias de índole cultural-nacionalista; sino también, conflictos de matriz hidrocarburífera, gasífera y comercial.
Desde este prisma de análisis, y abocándonos específicamente a la territorialidad como nervio en constante tensión, Georgia representa, junto a Bielorrusia y Ucrania, una condición de pivote geopolítico en el entramado fronterizo con el mundo occidental, al configurarse como un actor de alta proximidad y vulnerabilidad para los límites tolerables de la Federación Rusa en materia de seguridad y supervivencia (Hutschenreuter, 2019).
El desmembramiento de la Unión Soviética (URSS) en las postrimerías del siglo XX, propició la independencia de varias repúblicas que estaban encorsetadas bajo el yugo soviético; de esta manera, Georgia, pasó de ser una república socialista a consolidarse como un estado soberano en el año 1991. Su conformación multiétnica y multicultural lejos estuvo de fortalecer la integridad territorial, y la autonomía estatal alcanzada se vio fragmentada ante las aspiraciones secesionistas de enclaves como Osetia del Sur, Abjasia y Ayaria, regiones con independencias de facto dentro del territorio georgiano.
La convulsa independencia de Georgia estuvo signada por una violencia inusitada, la cual se reflejó en golpes de Estado, guerras civiles, revoluciones, nacionalismos, secesiones, y una presencia intimidante de la flamante Rusia, en pos de apadrinar el auge de movimientos independentistas que garantizaban la esfera de influencia estratégica. De esta manera, el espacio postsoviético entraba en una nueva órbita de coerción y cohesión social, en donde los grupos separatistas contaban con apoyo logístico, político y diplomático en el mantenimiento de hecho de sus autoproclamadas repúblicas autónomas, las cuales se habían configurado en el antiguo entramado territorial soviético.