No hay reglas en la literatura. Eso lo sabemos hace rato, por Borges, quizás, por Macedonio, también, por Huidobro. Lo que permanece, podría decirse, es el enigma. No sólo en torno a lo que suele llamarse la trama o la historia, sino en torno a los hilos, al modo en que se lleva adelante un proceso de escritura, de creación literaria.
Caperuxita (2021) se abre paso en los márgenes de lo legible para transformar la experiencia lectora en otra cosa. Porque es otra cosa. Una novela breve pero que requiere una lectura activa, entregada y atenta. En menos de cien páginas, la autora nos traza un mapa con pocas pistas que van conformando una región fantástica y una cadencia casi sin respiro. No por falta de pausas, entiéndase, sino por el avance de la frase, las idas y venidas, los relatos paralelos que van abriendo constantemente, renovándolo (y pausándolo también) página a página.