Probablemente el escritor argentino que en sus visitas al país centroamericano plasmó admirado los esfuerzos de la revolución sandinista, lamentaría hoy el giro autoritario del sandinismo del siglo XXI. Nicaragua celebró el pasado 6 de noviembre unas elecciones presidenciales rodeadas de polémica y bajo un régimen, el de Daniel Ortega, que ya toma diversas calificaciones. Medios periodísticos hablan de dictadura dinástica o clan de los Ortega, los académicos lo definen como autoritarismo popular o caudillismo. Por unos días Nicaragua fue noticia global, sin embargo poco después, las elecciones de EE.UU. ensombrecían de nuevo la situación política del país centroamericano. La Nicaragua sandinista de este siglo se autoproclama “cristiana, socialista y solidaria” y en carteles que recorren el país apela a un pueblo que triunfa unido, “El Pueblo Presidente”. Estas proclamas oficiales del gobierno de Daniel Ortega y por extensión de la compañera Rosario Murillo, quienes siempre encabezan los carteles de colores estridentes, son un aviso más del carácter personalista del régimen Ortega en la Nicaragua actual.
Una Nicaragua que además está inmersa, desde 2013, en la proyección de un Gran Canal Interoceánico, unas obras que todavía aguardan para iniciar pero que han creado unas expectativas en un pueblo cuyo imaginario e historia no puede desligarse del canal.