La escritura de este artículo surge del diálogo que vengo sosteniendo de manera sistemática entre la danza y la educación física, en este sentido el intercambio respecto de la idea que se tiene de la danza, las formas de abordar su enseñanza y el lugar que ha tenido en el campo de la educación física pone en evidencia cierto eclecticismo que nos obliga a precisar, no sólo que entendemos como danza, sino fundamentalmente a construir ese saber en un contenido claro, cuya trasmisión no quede atada a “lógicas institucionales” o peor “al profe que te toca”. Esta necesidad implica entonces, hacer de la danza un objeto que se constituye lógicamente y que reviste condiciones de universalidad.
En esta tarea de precisión hay dos significantes que habitualmente quedan asociados de manera directa con la danza: “las prácticas rítmicas y expresivas” y los “bailes”. Me gustaría con este texto poder dar cuenta de la reducción temporal que opera el primer significante y la pérdida de autonomía respecto del “análisis del movimiento del cuerpo” que opera el segundo (la estructura del baile está pre-determinada por la música). Anticipo aquí que la danza no es sólo tiempo y tampoco es siempre con música. La complejidad con que se construye el movimiento del cuerpo para la danza nos obliga a considerar también otras dimensiones (Cunnigham en Leeschaeve, 2009).