En 1962, el director del Departamento Latinoamericano del Congreso por la Libertad de la Cultura (clc), Louis Mercier Vega, recibía un informe que calificaba al sociólogo Torcuato S. Di Tella como un hombre capaz, pero “servidor incondicional del castrismo”.1 El comentario no habría pasado de anécdota si años más tarde el ilari no hubiera intentado aproximarse estrechamente al Instituto Di Tella (idt) y emular sus políticas culturales, amparado en la legitimidad que le ofrecía compartir una misma fuente de financiamiento: las Fundaciones Ford y Rockefeller. Dos años después, la dirección del clc preguntaba a la sede argentina si existía alguna posibilidad de colaboración con “this great fundation”, refiriéndose al idt. La respuesta fue que aunque “no siempre se obtuvieron trabajos de calidad”, en su dirección trabajaba un equipo muy amplio que colaboraba también con el clc.2 Efectivamente, entre los nombres compartidos estaban nada menos que los del sociólogo ítalo-argentino Gino Germani, el sociólogo uruguayo Aldo Solari y el crítico de arte Damián Bayón.