La educación de los adultos es hoy, en Inglaterra, un grave problema. Todos quieren resolverlo de acuerdo con los principios que caracterizan las diversas corrientes de la opinión pública. Los unos ven en él una consecuencia directa de la reforma fundamental que ha llevado a cabo la ley Fisher de 1918, sin asignarle mayor importancia que la de ser un complemento necesario de la instrucción elemental; los otros, especialmente en los centros universitarios de Oxford y de Cambridge, la encaran como un tema de extensión cultural destinada a poner al alcance de los obreros, de los pequeños rentistas, de los empleados de comercio y de la administración, las nociones generales de los más opuestos conocimientos, ciencias del hombre y de la naturaleza, artes, literaturas antiguas y modernas, etc.; los otros, en cambio, piden una transformación de fondo, que haga de la enseñanza de los adultos el eje principal sobre d que debe asentarse la nueva política educativa del estado.