Ha sido frecuente considerar la biografía —y ha sido dicho más de una vez— como una forma popular o subsidiaria de la historia, quizá por la sola razón de que ha encontrado más cálida acogida en el lector culto pero no especialista. Las preferencias de Montaigne han sido imitadas. “Les historiens —decía— sont ma droicte baile”; pero agregaba poco después: “Or ceulx qui escrivent les vies, d’autant qu’ils s’amusent plus aux conseils qu’aux evenements, plus á ce qui part du dedans qu’á ce qui arrive au dehors, ceulx la me sont plus propres”. Y, en efecto, como para Montaigne, fueron Plutarco o Diógenes Laercio los compañeros predilectos de generaciones y generaciones que, apenas atraídos por otros géneros históricos, buscaron y hallaron en ellos una inmediata y cordial imagen del pasado.