Nietzsche ha elaborado lenta y pacientemente sus obras. La impresión de nerviosa urgencia, de precipitación de las ideas unas sobre otras, levantándose en relámpagos de genio como si el mismo autor ignorara toda la magnitud de los hallazgos, es una ilusión de efectos calculados. No hemos de olvidar ni un instante que la actividad normal, cotidiana, de Nietzsche fué, desde la primera juventud, aplicarse por entero al trabajo de meditar con todas sus energías concentradas en ello hasta identificar el acto de pensar y el de vivir. Era un virtuoso, maestro —como él se estimaba— en las artes del seductor.