Quizás ningún sector del sistema kantiano haya sido menos considerado y estudiado que aquel donde se encierra el pensamiento político de su autor. Para muchos lectores no especializados, pero curiosos y atentos a este orden de problemas, puede constituir una sorpresa el enfrentarse, no —como tal vez esperasen— con un conjunto de máximas relativas al orden de la convivencia humana y al aspecto público de la conducta, sino con una Teoría del Estado perfectamente articulada y, por cierto, la más perfectamente articulada que la historia de las ideas políticas registra. La relativa oscuridad en que ha permanecido este aspecto de la Filosofía de Kant es achacable a causas múltiples, circunstanciales en su mayoría. De entre ellas quiero destacar una cuya eficacia sólo podrá desconocer el que ignore la íntima vinculación existente entre el pensamiento humano y la coyuntura histórica. Me refiero al hecho de ser la doctrina kantiana del Estado una teoría democrática y liberal que de ningún modo enlazaba con la práctica del Estado prusiano donde vivió y escribió el filósofo ni, en general, con las condiciones políticas de Alemania en momento alguno de su historia.