El descubrimiento de América supone, desde el punto de vista antropológico, el enfrentamiento del mundo occidental con un nuevo tipo de humanidad. El contacto entre Oriente y Occidente, que el gran desplazamiento de masas cristianas hacia Tierra Santa había determinado durante las Cruzadas, los viajes de los portugueses hacia el logro del periplo africano, después, habían familiarizado a los hombres de las naciones occidentales y meridionales de Europa con otros tipos de hombre. La misma lucha contra los moros, que había creado una fuerte casta guerrera —ahora sin objeto en la Península— era cosa tan reciente y de memoria tan fuertemente anclada en el espíritu hispano, que cuando Cortés llega a un buen poblado yucateca le bautiza con el nombre de "El Gran Cairo", tan revelador de suyo, y Bernal Díaz, su heroico y obscuro conmilitón— testigo, por ello mismo excepcional, ya que muestra sin ficciones lo que creía el común de la masa hispana que iba pujando tras el pendón del adalid— sigue hablándonos, impertérrito, de "mezquitas" cada vez que asoma en el horizonte el perfil sangriento de un teocalli.