En 2009 una planta iraní de enriquecimiento de uranio fue atacada por un virus informático denominado Stuxnet, provocando que las centrífugas de la planta de Natanz comenzaran a girar erráticamente. Según se conoció por un artículo del periódico norteamericano New York Times, el virus habría sido desarrollado conjuntamente entre Israel y Estados Unidos como un arma de ciberguerra diseñada específicamente para el ataque de determinadas instalaciones nucleares iraníes.
A fines de 2011 se conoció que las fuerzas armadas iraníes pudieron violar el sistema de seguridad informático de un avión no tripulado (dron) norteamericano que sobrevolaba el espacio aéreo iraní, que supuestamente estaba en una misión de patrullaje de espacio aéreo afgano. Pese a las presiones de la diplomacia de Estados Unidos para que Irán regrese el artefacto, varios portavoces reconocieron que el gobierno no lo devolvería y que incluso comenzaría a extraer toda la información contenida en él y procedería a analizarlo para copiar su tecnología.
Los casos mencionados son sólo unos pocos entre millones que se suceden en el mundo. Algunos otros de los casos más relevantes hasta el momento van desde el robo masivo de información de tarjetas de crédito hasta ataques informáticos perpetrados por virus que pueden afectar sistemas de gasoductos, redes eléctricas o sistemas de control de armamento nuclear. De hecho, hace unos pocos meses atrás se conoció que la Comisión de Regulación Nuclear de Estados Unidos ha sido víctima de ataques informáticos que lograron infiltrar sus computadoras y acceder a correos electrónicos de dicha comisión. Este tipo de ataques tienen como objetivo no sólo infiltrar y afectar infraestructuras críticas, sino que también son herramientas de espionaje industrial y económico a nivel internacional.