En el primer cuarto del siglo XXI, los caserones de un pueblo que parece fantasma, esconden resabios de la oligarquía porteña de fines del siglo XIX y principios del XX. De los que se quemaron o demolieron sólo quedaron paredes aisladas, detalles en mármol blanco quebrado, adoquines irregulares.
Entre los que se mantienen en pie, un caserón de principios del siglo XX descansa en la última de las calles, con su amplio jardín, interrumpido por el cemento irregular del caminito que desemboca en dos escalones de mármol blanco, dando la bienvenida al largo corredor que rodea la casa. Adentro, varios espacios habitados por Tico, el único huésped, un carpintero de 64 años que tiene allí su taller.
Sebastián, un joven ayudante de carpintería, lleva una mesita de luz para su refacción. Este objeto conecta a Tico con Estanislao (uno de los antiguos dueños del mueble, quizás fallecido) a partir de cintas de cassette encontradas dentro. Entonces, dos personas se conocen a través del tiempo y el espacio mediante la catarsis convertida en obra artística: frases poéticas grabadas en el pasado, que desencadenan manifestaciones paranormales en el presente.