Nada más luminoso que la libertad ni más sombrío que la esclavitud. Cuando coexisten ambas la confrontación es tremenda y así lo entendemos en nuestros días. Pero en la antigüedad era lo corriente y su filósofos más prominentes, como Aristóteles, se encargaban de justificarla. A su criterio, por orden natural y no por arbitrariedad humana existían, debían existir, amos y esclavos.
Cuando se descubrió el Nuevo Mundo —hecho fundamental en la iniciación de la modernidad— vino el libre pero traja al esclavo. Por rémoras que detienen no a las naves sino al soplo innovador. Y es así como unos y otros, libres y esclavos, europeos y africanos, empezaron a escribir una historia, una larga y dolorosa historia en blanco y negro.