Esta observación, de que cada cual obre según su naturaleza (en el caso del poeta era la más severa aristocracia del pensamiento ante la vanidad de las cosas humanas, y la realidad siempre hostil y a menudo cruel), puede aplicarse, desde cierto punto de vista, a la historiografía. La imparcialidad, la ecuanimidad, y especialmente la objetividad absoluta, que son a los ojos del fisiólogo y del crítico, el ideal de toda narración histórica, no puede alcanzarse completamente por algún historiador. Como confirma la gnoseología contemporánea, que ha vuelto, en sus líneas fundamentales, a la posición filosófica de David Hume respecto de la del hombre-razón, de Konisberg, no es posible eliminar, en la reconstrucción histórica de los hechos y especialmente de las ideas de los hombres, la intervención directa de nuestro «yo profundo», como hoy se dice, a saber, de nuestra íntima naturaleza psicológica.