En la apreciación de una doctrina cada cual crea su método, y muchos encuentran hasta conveniente no seguir ninguno, acumulando lecturas aquí y allá y dejando que cierto automatismo mental realice la tarea de clarificar esa agua turbia. No es necesario recordar cómo frente al optimismo cartesiano, que hace depender tanto del método, se opone una concepción bien distinta:
el pensamiento es una función esencialmente individual en que interviene el organismo entero. Aquello que es patrimonio de todos - por ejemplo, el sentido común - es apenas un factor dentro de una variedad infinita : ¿cómo es posible, pues, orientar al pensamiento, función complexa, teniendo en cuenta uno solo de los valores en juego? Como quiera que sea, acaso pueda seguirse con ventaja un camino más bien que otros (por lo menos si se atiende a la economía del esfuerzo) cuando se está, como en el caso que nos ocupa, frente a una teoría nueva, de consecuencias importantes, y por lo mismo resistida por muchos. Y aun en el supuesto de que el que leyere estas consideraciones prefiriera seguir su dirección propia, recuerde que hemos llamado a este breve ensayo guía y no método.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)