Como nuestra lengua es originaria de otro pueblo, a los argentinos nos falta la conciencia tradicional de ella; la queremos y la admiramos por su eficacia y por su belleza, pero no hemos tenido parte en su creación ni en su fijación, ni en sus glorias literarias, y, en consecuencia, no nos sentimos solidarios de ella, no nos consideramos obligados a mantener incólume lo que no ha sido nuestro desde el principio. Explícase así lo contradictorio de nuestro amor teórico y nuestro desdén práctico para el castellano, es decir, nuestra resistencia a respetar el uso tradicional como reglamentador del lenguaje, y a observar la gramática que codifica esa reglamentación. Porque lo que hay en el fondo mismo de todo esto es nuestra repugnancia a aceptar verdades de autoridad, dogmatismos que no admiten discusiones o pragmatismos que encubren prevenciones.