En la mayoría de las organizaciones de nuestra sociedad, tanto en el ámbito público como en el privado, las reuniones son vividas como una pérdida de tiempo y los diversos grupos que las constituyen sienten, en lo más profundo, que no funcionan como verdaderos grupos.
Por lo general, la información que circula es escasa y confusa y las decisiones son tomadas siempre por los mismos: los que se ven favorecidos por la desinformación y el supuesto desinterés del resto o los que sufren por tener que asumir siempre todas las responsabilidades del conjunto. Así, las reuniones son concebidas como trámites formales de legitimación de lo ya decidido o encuentros con discusiones eternas que no conducen a nada.
Por su parte, las evaluaciones decaen en espacios de reflexión personal al final de cada proyecto, careciendo de un ordenamiento de la valiosa información que brinda la experiencia para mejorar el desempeño en el futuro y valorar los aciertos del presente de la organización. Estas falencias pueden observarse en los grupos que presentan un esquema de toman sus decisiones vertical pero también en los que lo hacen de forma horizontal o mixta.
En síntesis, de manera intencional o por desidia, las organizaciones de nuestra sociedad presentan, por lo general, grandes dificultades para sistematizar su propio conocimiento y para funcionar fomentando la participación de todo su conjunto, lo que empobrece su crecimiento y desarrollo.
La Facilitación, a la que entenderemos inicialmente como “el arte de guiar el proceso de un grupo hacia el logro de sus objetivos” (D. Hunter, 1996) se propone enfrentar las dificultades mencionadas en las dinámicas organizacionales, cuidando y optimizando los modos en que las personas conversan, evitando influir en el contenido de sus intercambios y acuerdos.