Estos relatos cuentan historias. Historias de los olvidados, de los despreciados, de los marginados. De los que han asumido la delincuencia como identidad. Muchas personas que viven en zonas pobres, excluidas del empleo, de la posibilidad de acceso a una vivienda, del sistema educativo, etc. tienden a sobrevivir infringiendo las normas. Durante los últimos veinte años la respuesta a esta problemática fue la construcción de instituciones para garantizar el encierro de los desechables del sistema y la consolidación de un modelo de Estado penal para la gestión judicial y carcelaria de la pobreza.
A través de los personajes -y de mi propia historia- intenté visualizar la trasformación que generó en los sujetos privados de libertad su inclusión en un proceso educativo y dar cuenta, mediante testimonios directos, de la importancia -individual, personal, colectiva, social- de educar a quienes por diferentes causas nunca tuvieron la oportunidad de concurrir a un establecimiento tradicional de aprendizaje.