Viajar es el tiempo, llegar es la eternidad. Viajar es la inquietud, la posibilidad, la esperanza; llegar es el reposo, la realización, la paz. Viajar es el devenir, llegar es el ser. Se viaja para llegar, se deviene para ser. Es decir, que el reposo, el fin, el acto, que diría Aristóteles, presiden, y en cierto modo determinan, la agitación, la inquietud, la ansiedad del devenir. El viaje, pues, y naturalmente el devenir, implican un punto de llegada, una posición absoluta, substraída al movimiento y apta, por lo mismo, para orientarlo y dirigirlo.