Lo primero para intervenir activamente en el movimiento que desde los comienzos del siglo renueva la filosofía, es comprender el sentido y la dirección de los esfuerzos de la conciencia filosófica contemporánea, situarse en la poderosa corriente del pensamiento de nuestro tiempo. Y aquí tropezamos con una de esas paradojas tan frecuentes cuando se apura cualquier problema. Exigir que nadie se aplique ala consideración filosófica de determinada cuestión sin saber antes cuáles son los modos peculiares, privativos, del pensamiento actual, es casi como prohibir que nos arrojemos al agua antes de saber nadar. En mi opinión, ya en esta dificultad puede aprender el estudioso la primera lección de filosofía, siempre que la admita humildemente, y no se escape por la tangente de una seudoexplicación cómoda, optimista y tranquilizadora. Aquí aparece ya esa condición esencial, la primera que deba reconocer quien pretenda adentrarse con seriedad en lo filosófico: que la filosofía carece de caminos ciertos que a ella conduzcan, de puertas conocidas por las cuales pueda ingresarse a ella.